de pimienta, rabiosamente roja.
Crece desde las últimas sombras de la noche,
tenue insinuación de luz,
en un ámbar mortecino. Se eleva y crece
un rubor que deja un dorado ribete
sobre las montañas.
Hay días que nacen con estola blanca
de bruma y nieve o llevan oro y grana
para vestir de gala las flores del estío.
Los murmullos del agua engarzan destellos
de rubíes, al sentir la caricia de la luz,
en su risueño y alborozado paso
por el cauce que traza en la tierra.
El día alcanza el cenit en la perpendicular
hacia la tierra y los cuerpos transpiran
la sal que tomaron de las aguas sabias.
Las hojas sueñan su verde beso y el rocío
se desliza sobre ellas, furtiva lágrima
de piedad sobre los campos yermos.
La tarde es un emblema de ocres, verdes
y un bermellón que estalla sobre las azuladas
cumbres, antes verde promesa de vida,
al rayar la aurora con sus cabellos dorados.
Escrito en Abril 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito,"zuhaitz".
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