El silencio murmura en voz baja,
sobre el diálogo de cristal de las gotas
de lluvia.
Las hojas se muestran como labios
que beben el rocío y en ellas queda
el rastro brillante del paso de un caracol,
que se entretiene con su clorofílico sabor.
La lana produce escozor sobre la piel
recién descubierta en el aljibe bajo
una pastilla de jabón, mostrando una pureza
de muda conformidad en una aurora
de blondos cabellos solares.
Tal vez sea el río, quien primero delate
los juveniles encuentros de las aves
o ese apasionado celo, que se siente vibrar
en el aire, cuando el viento traslada
una dulce queja o el combate de dos machos,
en pugna por aparearse con una hembra.
No hay misterio más grande que la vida,
exultante y primitiva.
Ácida y dulce a la vez, simulando un apóstrofe
con que vestir una existencia, con apariencia
de alga perenne, flotando en un cúmulo
de insatisfacciones.
La harina queda entre los dedos que amasan
toda la experiencia de lo cotidiano.
Pan que apenas alcanza a saciar
nuestra hambre, mientras el conocimiento
se retuerce en la forja de nuestros deseos
y no nos queda la temperatura suficiente,
ni el fervor, para terminar de templar
nuestro carácter, a golpe de vida y martillo,
aliviando el óxido y las limaduras
que se adhieren en nuestras existencias.
Escrito en Abril 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.