Los tejados están vacíos, sin aves
en sus aleros y han comenzado a crecer
las hierbas a un nivel de selvática espesura.
Marcharon a la ciudad, los últimos habitantes
y tan sólo quedan, el pastor con su soledad
y algunas de sus cabras,
ya de avanzada edad.
Nadie se detiene al borde del camino
y la vieja carretera se ha hecho intransitable
desde las últimas lluvias.
Hasta la piedras conservan la timidez
de antaño y siguen con la mudez propia
de un pequeño pueblo, distante de la comarca.
Se va hundiendo el techado de la ermita
y tan sólo la campana permanece,
a la espera de una ráfaga de viento,
que la impuse y la haga sonar.
Eran otros tiempo, sin prisas, con el letargo
de la tarde y el insomnio
de las noches de verbena. Se celebraban
fiestas de bodas y bautizos, también algunas
procesiones devotas, que quedaron
en el recuerdo de miles de anécdotas
de un pasado más lento, con sabor
a leña de los hogares.
Escrito Junio 20l9 por Eduardo Luis Díaz Expósito." Zuhaitz".
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