Nunca se llegan a borrar todas las huellas
que dejamos en el camino, ni el alcohol
que circulaba por nuestras venas,
buscando una salida a la desesperación.
Apagamos las llamas que brotaron
de nuestro espíritu, para convertir
nuestro cuerpo en un armario vacío.
Nos arroba una sonrisa y perdemos el rumbo,
en un mar de ambrosias, en cuyo interior
contiene todo el acíbar de todas
nuestras amarguras.
Y mordemos la vida, con la avidez del deseo,
que se esfuma, nada más aparecer
y se restituye la forma seria y austera
de un niño triste con mirada gris,
caminando con lividez de luna en el rostro
y los ojos en el fondo de su alma, sin apenas
un rictus, una palabra amable
o una sonrisa.
Escrito en Febrero 2019 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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