incesantes perlas transparentes,
sobre el rostro marchito de la tierra.
Hay una aridez de sed infinita en su rugosa
piel de arcilla.
Parece apiadarse el cielo, frunciendo las cejas
y formando nubes de triste tormenta,
que derraman su llanto desde los ojos
declaradamente desbordados,
hasta los labios resecos de las plantas.
Existe un valle o cuenca, donde guardar
toda la piadosa humedad,
que los viejos árboles recuerdan y llega
hasta sus raíces.
Austeros y firmes, permanecen
con su piel endurecida durante estáticos siglos, arañando los cielos con sus ramas,
como una plegaria que necesita escucharse.
Eterna voz que se eleva, sin sonido,
a la espera del agua, que se derrame
en bendiciones de copiosa lluvia .
Escrito en Mayo 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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