y el silencio guarda en sus adentros,
las pausas que se meditan, antes de romper
el vacío con la vibraciones de las palabras,
que la voz transmite.
La sangre toda, se agolpa en los oídos.
Pulso de viva carne o atabal, que marca
un ritmo vital entre la sagrada espesura
del verde boscaje o la unión de cabellos
extendidos o resumidos en el triángulo púbico
o esa sed de abalorios constantes de agua.
Derramo mi voz en carne viva y mi cuerpo
se hace pasto de tu libido,
jadeo entre la claridad de tus ojos
ensortijados de estrellas o nácares,
que conforman el blanco puro
de tu esclerótica.
Amo al ave de los sueños, que muestra
su plumaje de inocencia y escapo del hedor
de la carne corrompida
en el martirio del deseo, cuando ya
nada se espera como verdaderamente cierto.
Amo el espacio que nos separa,
para luego producir el colapso
de nuestros cuerpos, cuando el amor
es tan cierto como inevitable.
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