y asistir al nacimiento de la luz, que desciende
en el interior, hasta lo más recóndito del ser.
Sufrir su caudal desbordado y quedar
cegado por su brillo, herido de luz o amor,
impregnado de su esencia y embriagado
de su perfume.
Dulce droga que ataca a la calma sumergida
en la razón, y como los rápidos de un río,
desgasta la voluntad, como si
de una firme roca se tratara.
Los recuerdos de amores perdidos, dejan
sedimentos o arenillas, en las membranas
del alma. A cada suspiro suben
hasta el ático de nuestra mente,
donde la memoria trata de dar brillo
a los buenos recuerdos y guardar
en el baúl del olvido, a aquellos que puedan
herir nuestra sensibilidad, derramándose
con la sal de las lágrimas y las sombras
de tristeza, descubiertas en el fondo
de las capas más íntimas
de nuestros anhelos.
Escrito en Diciembre 2021 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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