se deshacen sus copos en las ávidas lenguas.
La sed saciada es de color y aromas
que huyeron del Arco Iris de la primavera.
El profundo sueño del invierno, deja paso
a un ignoto lugar a la esperanza, que tras
el blanco y gris invernal,
anuncia un nacimiento que se desliza
suavemente hacia la luz.
Es una manifestación, tras un largo periplo
entre sombras y nieblas.
La luz recobrada inunda con la emoción
del color, una latente alegría, que aletea
en aquellas almas que no desfallecen.
Sin promesas, ni huecos inertes,
sólo un estallido de dicha e iridiscencia,
que va saturando la frialdad del ánimo,
que exultante, se muestra
como dádiva agradecida a los dioses,
rindiendo culto a esa posibilidad
que vence toda incertidumbre.
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