para luego ahogarse en sus propias lágrimas.
Descendió hasta los infiernos, para gozar
del placer de la carne torturada
y descubrió que el dolor, no marca
el mismo rictus en el rostro, que una sonrisa.
Creyó ser sombra de alguien, ignorando
su propia luz, contando su tiempo de vida
por botellas vacías y llegó a comprender,
que su peso era más difícil de soportar,
que la levedad de sus pensamientos.
Apagó todas las luces y se durmió.
Nadie sabe dónde despertó...
Todavía hoy, su lecho permanece vacío.
Escrito en Agosto 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario