en los espaciosos salones deshabitados,
durante una pérdida de máscaras inútiles,
que caen desde los rostros inexpresivos.
Ya no suenan las trompetas victoriosas,
pues el viento huyó atemorizado
por su propio ulular y ya nadie regala
las migajas de una conversación,
porque han olvidado un motivo para hablar.
Hay grandes sellos que tapan y ocultan
brocales o pozos profundos
de voces sumergidas y la sangre
tiene el color del amaranto,
cuando se precipita desde sus tiernas hojas,
hasta el limo de una tierra yerma
e insatisfecha.
Cárdena imagen de la tristeza,
cuando ya la compasión, se basa sólo
en un cambio de tonalidad, que queda
desdibujada en el olvido.
Violáceas marcas sobre la piel mancillada
y ese frío temor de agujas
que se clavan en el alma y nos impide
caminar con el peso de la verdad
entre nuestras manos.
Escrito en Agosto 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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