una oscura habitación, donde el tiempo
se detuvo, nuestros pies hinchados,
recordaban el camino andado sobre
las piedras inertes de aquellas épocas.
Nuestro ánimo se alzaba y crecía
sobre las montañas y los valles.
Los ríos de plata fulgían bajo el sol,
largos filos de espadas llameantes
y un murmullo de agua pura,
se podía escuchar, bajo el cristal
de su superficie.
La niebla era entonces, el frío hálito
de las lejanas cumbres, que descendía
en una callada voz de aviso, de inescrutables
peligros.
La tierra, madre adusta, se dolía y se agitaba
en un tambor de antiguos ritmos,
cuando alguno de sus hijos, volvía a ella,
fallecido en el fragor de una absurda batalla.
Un arpa y un violín, se hermanaban
en la tristeza aérea de una gaita
y los gigantes se ocultaron en las cavernas,
en un sueño de siglos, a la espera
del retorno de los hombres hacia la conciencia
plena de la naturaleza.
Escrito en Febrero 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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