de sus recuerdos. Respiraba con dificultad
el polvo del camino, mientras arrastraba
sus pies.
Tenía la voz rota, como hecha con cuerdas
de una guitarra desafinada.
Se balanceaba en las ausencias
y con resignado ademán, lograba
que ardieran todos sus gestos olvidados,
en la hoguera de su trasnochada
y precaria juventud.
La alegría siempre fue un inquilino de paso,
que apenas visitaba sus cómodas habitaciones.
Sus ojos eran ventanas sin postigos,
desde donde fluían mares de salobres
lágrimas y se veía en su rostro, un cierto aire
de melancolía, cuando caminaba solitaria,
entre calles marchitas, desnudas de gente y
fríamente empedradas.
Escrito en Febrero 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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