que se expande en racimos durante
su nacimiento.
La savia que en el tiempo, madura en granos
y constancias, bajo un sol que agrede
la piel rugosa del sarmiento.
Retorcido y enjuto, rostro perenne
en la paciencia de la quietud y la larga espera.
El vino, que sana la tristeza
en cada celebración y sin embargo,
danza al compás de una vida, que se muestra
vital y exultante.
Generoso ante las tribulaciones de su soledad
en la oscura bodega. Sabio sin duda,
aportando aromas y matices en azúcares
y taninos, declarando su madurez,
al mostrar su recio cuerpo e inundar
con su sabor al paladar más exigente.
Ebriedad toda, que se aloja en los fugaces pensamientos y crea un estado de letargo,
en un profundo sueño, que ha de despertar
con un dolor en la consciencia del retorno,
a una realidad no aceptada, que hiere
nuestras cabezas, como acerada espina
en las sienes.
Vino para celebrar, brindar o adormecer
los sentidos. Tal vez, exaltación
de nuestra propia sangre, que fluye intentando
regresar a nuestro origen sobre una tierra,
que delimita nuestros caminos y
nuestros destinos.
Escrito en Junio 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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