recuerda las tardes otoñales, en que los rayos
del sol, quedan atados en gavillas sobre una
verde extensión, madurando el grano,
dorándolo mientras soñamos con el rumor
del agua, pronunciándose
desde una cascada de plateados cabellos,
finos y deshilachados sobre la espuma
burbujeante de un mágico estanque
o recodo de agua, entre la frondosa selva.
Silabeando nombres impronunciables,
el viento lleva entre sus dientes, secretos
apenas audibles o inteligibles, que los árboles
conocen y guardan durante siglos
entre su rugosa corteza.
Sus raíces, como infinitos dedos, arañan
la tierra sin herirla y de su lenta caricia,
crece hacia las alturas, una intención
de desentrañar los cielos, donde duermen
los dioses antiguos, ajenos al destino
del ser humano.
Escrito en Junio 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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