y las rutilantes estrellas, entre abismos insondables, muerden la carátula negra
de impenetrable oscuridad.
Hay una bárbara quietud de alfileres rutilantes,
durante el último parpadeo del día.
Se afila la guadaña que hiere el sol
y herido de muerte, sucumbe tras de la montaña.
Aromas de lavanda y hiedra,
llegan hasta la mar. Se copian todas las sombras en el regazo de la noche
y un vuelo imprevisible se levanta del suelo,
todo sueño de espuma y vibración etérea
del aire.
Aire que rodea la cintura de la montaña,
de cima aguileña, morada de soledades
de piedra blindada y huecos de corazones
vacíos, de pretéritos impulsos y éxtasis
de trasnochadas juventudes.
Callan la voz y el trino de las aves, tan sólo
el leve murmullo de la brisa se entremezcla,
con las sílabas que el río pronuncia
entre sus dientes de cristal.
Escrito en Diciembre 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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