De plumaje de risas y cascabeles.
De profundas raíces, en la solidez de la tierra.
Madre eterna, que nos nace y nos retorna
a la nada o a nuestra procedencia.
A esa última morada, donde una interrogación
se viste de misterio único, de vida, muerte
o resurrección.
Un árbol que se eleva arañando un cielo
de imposibles, en busca de esa posibilidad
de hallar ese instante de convergencia
con la divinidad.
Árbol de blando cuerpo o aguerrida corteza,
en piel curtida por los años, en el esfuerzo
de desarraigarse y franquear las nubes
o las remotas cimas de los gigantes de piedra,
durante la estática mudez de los siglos.
Cautos árboles, silentes sabios, que perduran,
nacidos de la diminuta simiente.
Paridos en la verde esperanza, a orillas
de un cristal de agua pura o la vencida
capa de la tierra.
Abierto útero hacia toda la creación,
vida toda, agreste y permanente
en la memoria del mundo.
Escrito en Diciembre 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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