viernes, 31 de mayo de 2024

Justamente al llegar el Ocaso.

Los abanicos se agitan y rompen el silencio 
que, el aire decreta en la escuálida noche.
Un hilo negro de seda se extiende 
desde su boca y brillan sus dorados dientes,
para devorar el día, sin un dolor que niegue 
la belleza crepuscular del ocaso.


Las vírgenes matutinas lloran un emotivo rocío,
sobre las verdes hojas y ramas, que con suave 
ternura, acaricia el sol, con timidez 
de joven adolescente e inexperto en amores.


Sube un rubor entre los senos adormecidos 
de las montañas, que bostezan el musgo
 adherido en su escudo de piedra 
y los barbados árboles, que arañan 
el cielo con sus ramificados dedos.


Las lindes de la razón, establecen 
un cambio en la fatiga del día y una copiosa 
cortina de agua desciende desde los cielos 
de un apresurado desconsuelo, 


Se enhebran las agujas del hielo, con hilo
de seda y oro. Los niños lloran y se preguntan:
¿Porque todo lo que se ama, muere durante 
un eclipse y caen los párpados, 
como fruta madura?


Nos vence el sueño con estrellas 
de metal dorado y una ávida tristeza,
en la pesadumbre que se agolpa sobre
las sienes.
Hoy el día decide asomarse a través 
de una celosía de nubes y franquear 
toda percepción que necesita para ver
realizado un milagro más, sí se está dispuesto 
para contestar con un brillante azul celeste
y un rabioso verde agreste.


Escrito en Mayo 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.









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