que, el aire decreta en la escuálida noche.
Un hilo negro de seda se extiende
desde su boca y brillan sus dorados dientes,
para devorar el día, sin un dolor que niegue
la belleza crepuscular del ocaso.
Las vírgenes matutinas lloran un emotivo rocío,
sobre las verdes hojas y ramas, que con suave
ternura, acaricia el sol, con timidez
de joven adolescente e inexperto en amores.
Sube un rubor entre los senos adormecidos
de las montañas, que bostezan el musgo
adherido en su escudo de piedra
y los barbados árboles, que arañan
el cielo con sus ramificados dedos.
Las lindes de la razón, establecen
un cambio en la fatiga del día y una copiosa
cortina de agua desciende desde los cielos
de un apresurado desconsuelo,
Se enhebran las agujas del hielo, con hilo
de seda y oro. Los niños lloran y se preguntan:
¿Porque todo lo que se ama, muere durante
un eclipse y caen los párpados,
como fruta madura?
Nos vence el sueño con estrellas
de metal dorado y una ávida tristeza,
en la pesadumbre que se agolpa sobre
las sienes.
Hoy el día decide asomarse a través
de una celosía de nubes y franquear
toda percepción que necesita para ver
realizado un milagro más, sí se está dispuesto
para contestar con un brillante azul celeste
y un rabioso verde agreste.
Escrito en Mayo 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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