No hay nácar sobre el hueso desnudo,
ni oropel en el cráneo que amolda
su hueso níveo sepultado en el cieno
de la tierra inerme, dentro de la caja
o misterio que lo encierra.
No hay algas, ni siquiera esa agua retenida,
que huele a resurrección o renacimiento
a la vida.
Hay una cláusula incumplida,
que diferencia al ser y el estar,
al menos dentro de un mismo ámbito.
Los gladiadores mueren
en las arenas del tiempo
y la improbabilidad de sobrevivir
es la medida de su vida.
El tamaño es acaso, la negación de reconocer
nuestra debilidad, ante el peso
de algunas realidades que engendramos,
ajenos a la virtud y si, contemplando
nuestra ambición de atraer todo
hacia nuestro centro,
a pesar de no poder luego
escapar de nosotros mismos.
Escrito en Octubre 2017 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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