la desvalida roca se viste de musgo,
mimetizándose con el entorno.
Las semillas ruedan entre las raíces expuestas
sobre su césped, alimentando a las aves
peregrinas y los árboles permanecen
estáticos, escuchando el rumor del viento.
La tierra nutre el verdor de las selvas esmeraldas,
que se abren únicamente
hacia los brazos fluviales de los torrentes,
que se precipitan en cascadas, para caer
en su desmayado cauce, en el remanso
de un rio, cuya locura se aplaca
en el estruendo de sus rápidos.
La roca conoce la humedad de la clorofilada
existencia en el deshielo, cuando el invierno
cae agotado bajo los rayos del sol primaveral.
También conoce el esmerilado pulido del agua,
que rie y huye a tierras lejanas,
hacia su encuentro con la mar.
Nada es estático, ni ajeno a la belleza prístina
que, en la naturaleza nos colma de verdor
o de las cristalinas constancias, que atrapan
las caricias del sol.
Escrito en Marzo 2025 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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