y en sus ojos se apagaron dos estrellas.
Su vida se fue resbalando lentamente
y cayó en el fondo de un vaso.
Las luciérnagas emitieron una luz tenue,
verdosa, sobre la hierba segada y aún
se escucha en la lejanía un aullido lastimero.
El olor de su cuerpo invitaba a esa cercanía,
que describe orbitas concéntricas, por temor
a un eclipse.
Recordé los momentos de luz que,
en sus ojos, se guardaron,
ocultos bajo sus párpados
y esa gota de sangre, que brillaba resplandeciente entre sus labios.
Pude optar por morir y entregarme
entre sus pálidos brazos, pero una dureza
en mi alma, me impedía cumplir tal propósito.
Se bebió la noche de un trago
y fue desmembrando el día con una metódica
cirugía, hasta que no pudo más y decidió
alcanzar el horizonte entre sus manos.
Nadie le avisó de que el crepúsculo
lleva en un extremo el filo, con el que
secciona al día de un tajo.
Escrito en Junio por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz “.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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