la ojiva de un ventanuco.
El frío penetraba con su blanco aliento,
en las extremidades de las desvencijadas
sillas y se escuchó un rechinar de dientes,
mal distribuidos sobre una boca asimétrica.
Olía rancio, a sebo cocinado en una estufa vieja y los faroles encendidos, portaban
una luz escasa y mortecina.
Se hallaba en la estancia, un viejo que pulsaba
la teclas de su acordeón y el polvo,
bajo la luz, simulaba la gravedad de una tumba
abierta, con las lágrimas recientes de reptiles
decapitados.
Al fondo, un armario abierto con camisones,
amarillentos, como cráneos marchitos
y escobas tristes, con una alopecia desmedida, que inducían al susto o a la
sorpresa inesperada, al escuchar los goznes
oxidados de las puertas.
Los ojos de aquel ser, eran de un brillo apagado y un blanco que, se rompía sobre
los ardientes cristales de su mirada.
Temí por mi vida, pero la curiosidad vencía
sobre la balanza de mi razón, y mis pasos
me desprendieron de un letargo, inusualmente
aceptado.
Comencé a reptar y mis manos fueron
sarmientos que recorrieron los espacios
polvorientos de la habitación.
Mi respiración era convulsa, con ridículos
espasmos, ajustándose y apretando
mi temeroso pecho.
Aquel ser se hallaba frente a un espejo,
que se quebró, al intentar atravesarlo
y observé, descuidadamente que sus cristales
cortaban y seccionaban su frágil cuerpo.
Hoy desperté con una tardanza de lasitud
enfermiza y no dispongo de una explicación
plausible, para tan macabro suceso.
Escrito en Diciembre 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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