El aire acaricia con su voz las yemas
tibias y verdes, que brotan en las ramas
de los árboles.
El cielo es un labio que se desgarra
en una sonrisa extensa y hay una abundancia
sobre la tierra.
Suena una música en acordes
de gotas de lluvia y se escuchan rumores
y bramidos entre las nubes, que emulan
las voces de olvidados dioses.
Se esparcen los tintes que evaporaron
las flores durante la rorada matutina,
prendiéndose en el crepúsculo.
Se puede soñar y elevar el pensamiento
en alas de mariposa o cabalgar
sobre libélulas de nacarados tonos.
Todo es posible, cuando el alma se asienta
sobre la espalda del mar y besa
la contemplación de la imagen extasiada,
que beben los ojos, a través de las retinas.
Escrito en Marzo 2018 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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