Hay una lividez que detiene el rubor
de la vida, en una frialdad de ausencias
y silencios enclaustrados
en una caja de madera, que nos guarda,
como un secreto que no debe ser declarado.
En el mortecino azul de una leve
claridad de luna, un sobrecogedor escalofrío,
recorre por última vez, la columna vertebral
de nuestra piadosa vida y nos sumerge
entre el musgo, que la tierra ofrece
con su humedad, a quien abandona
la existencia en un suspiro, que yace
dentro de nuestro pecho.
Se pierden los ojos, dentro de las valvas
de unos párpados cerrados,
como si la noche de los tiempos,
fuese una perpetua plegaria sin pronunciar,
porque los labios fueron sellados
o cosidos con el hilo del infortunio.
¡Hemos muerto!, si.
Y la espera es una prolongación de ese olvido
que tanto tememos.
Escrito en Marzo 2018 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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