el tiempo que pasa, insomne, precario,
sobre una constancia, que a veces no medra
en el devenir de un torpe diario.
El ángel caído, que nunca se duerme,
e intenta a diario, conseguir volar,
un diablo no habita un espacio inerme,
porque en su maldad, no lo puede evitar.
Sus ánimos pueden perder compostura
y alzarse en un grito procaz, cavernario,
tan sólo su rabia persiste y perdura
desde la alta torre de su campanario.
Echado del cielo, es el mensajero
de humanas traiciones y penas que crecen,
como el ruido eterno de su sonajero,
que lanza gemidos a los que adolecen.
Ánimas en pena, dolientes suspiros,
de la boca ávida, que exhala su alma,
volviendo la espalda en sus raudos giros,
y al azul del cielo imploran su calma.
Ignoran el credo de aquél que los hizo
de tierras y de fuego, de agua y de viento,
ignoran que son de aquel frágil granizo,
ardiente en las plagas, por su testamento.
Ángeles terribles, tormentas atroces,
negrura en el cielo, de extenso capuz,
lejanas se escuchan, sus tremendas voces,
en un raudo rayo, cegando su luz.
Nada fue creado, tan sólo se inventa,
ahora se recrea, mientras luego crece,
así queda oculta la feroz tormenta,
que, en la voz del trueno, de pronto aparece.
Ángeles caídos, demonios del daño
que envueltos en sombras, al género humano,
le prestan su ayuda, en hábil engaño
y luego su espada le amputa su mano.
Ángeles que mueven nuestras voluntades,
de amargas sentencias, hasta someternos,
frágiles conciencias, ante sus maldades,
nuestras almas arden entre sus infiernos.
Escrito en Enero 2025 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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