entre las sombras.
Se enaltece para esconder su agónica tristeza,
cree burlarse de todo y de todos,
pero en su soledad, sus lágrimas dejan
profundos surcos sobre sus mejillas.
Ha perdido su alma en los rincones
de su prepotente inconsciencia y sus zapatos
le pesan como anclas,
pues arrastra con sus penas,
gruesas cadenas con la herrumbre
de su conciencia.
Dios ve su sufrimiento y mira hacia
un prometedor cielo, que le será negado.
Su maldad le ha condenado, y no fue Dios
quien firmó su sentencia, sino él mismo.
En su ignorancia, grita para poder salvarse,
inmerso en el lodo
de sus despreciables acciones,
en las que se va sepultando.
Sus pecados pesan tanto,
que no podrá salvarse, si no se libera
del compromiso que le une a sus semejantes.
Él, no sabe de su muerte, porque la muerte
le engaña con falsas imágenes
de su miserable vida...
carente de luz y de esperanza.
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