Subió un día del Infierno
el príncipe de los demonios
para dejar testimonio
en una tarde de invierno.
Y más le hubiera valido
a la infeliz criatura
no tener la desventura
que le hubo acontecido.
Usando la perversión
de quien más conoce y peca
entró en una discoteca
para cumplir su misión.
Pero,¡Ay desilusión!.
Todos de él se reían
y apuntándole decían:
¡Pobrecito inocentón!.
Le tildaron de insensato
-¡Qué mal te enrollas,colega!
¡Que tú a mi no me la pegas!
¡Qué jamás has roto un plato!.
Y todas las malas artes
a cual más elaborada,
no le sirvieron de nada...
¡Con la música a otra parte!.
Él, que inducía al pecado
más agrio y más retorcido,
lo dejaban reducido
con otros desmesurados.
-Esto no tiene perdón,
-me hacen sentirme fatal,
¡Qué me enseñen sobre el mal,
es toda una humillación!.
Y si no fuera inmortal,
le pediría a la muerte,
que me acogiera a su suerte,
lejos de esta bacanal.
Y al final,desesperado,
bajo al Infierno llorando,
mientras iba murmurando...
¡Hoy he sido derrotado!.
escrito por Zuhaitz en 1982
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