Sus manos ingrávidas, al compás
de unos alados pies y un ojo que todo lo ve,
derramando una lágrima incontenida
y gestada en la emoción.
Danzaba, dibujando en el aire,
siluetas de ángeles y vapores de niebla,
entretejida en la luz de las bambalinas.
Volaba y hacía desaparecer su peso
a cada paso. El maquillaje era esa densidad
que su sudor durante el esfuerzo,
no atravesaba.
Fue el humo azul de un sueño, entre velas
que se fueron apagando a cada giro,
hasta caer sobre el escenario,
como un cisne herido de amor,
en una inmensa laguna, donde aún suena
una música celeste y absolutamente bella.
Escrito en Octubre 2018 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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