nada se puede asegurar,
cuando todo se agita
entre corrientes cotidianas
y mareas, que van
del creciente plenilunio a la merma
del agua y el ánimo latente,
en un flujo que oscila,
entre las voces del día
y el murmullo silenciado de la noche.
Un diapasón lejano, de solares ritmos
y crecientes olas magnéticas,
ofrecen un sonido puro,
que el alma recoge y hace vibrar
en su interior.
El cristal de la pureza prístina del alma,
alcanza al carbono que arde en el cuerpo
y purifica su estructura diamantina.
Nada queda al descubierto,
salvo la música contenida
en toda expresión amorosa
y crecer es elevar la nota vibrante
de nuestro espíritu, para alcanzar
la melodía perfecta que originó
nuestro nacimiento y perpetuidad
en el Cosmos.
Escrito en Agosto 2017 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz".
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