No hay mar, tan sólo una planicie
que invade de verde y ámbar,
el azul del cielo.
El sol es un rubí encendido u ópalo de fuego,
que destaca como un broche engarzado
en la lejanía.
No hay mar, tan sólo un vertebrado río,
que en sinuosa sierpe, circunda
una meseta elevada.
Campos de espliego y amapolas,
con una aridez de mies amarillenta
en dorados granos de trigo.
Hay temor a las tormentas en campo abierto
y un solo corazón palpitando
en muchos cuerpos.
Muchos latidos que se desnudan
en el silbido del viento
y entre los escasos árboles
y el agua que escapa de las sierras,
para amainar su ímpetu
en la vertiente del río.
Escrito en Septiembre 2018 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz".
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