Nuestro cuerpo es un envoltorio desechable,
con la sinuosa forma y aromas de una flor
o la miel que tanto atrae a las moscas.
El alma no se manifiesta, ni decide mostrarse,
ante el temor de un daño irreversible.
La maldad es el estornudo que proyecta
nuestro ser, contra las paredes encaladas
del infierno y las hogueras consumen
todos los corazones, que carentes de ilusión,
murieron en vida bajo el peso
de su ignorancia.
Nada que sea liviano puede permanecer
para siempre y existe un fluido universal
que anega el alma de una feroz inconsistencia,
tan voluble, como necesaria para comprender
que la humanidad se encuentra aún
en el punto de partida.
Escrito en Agosto 2018 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz".
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