originando la noche más densa sin astros,
ni una leve luz en los caminos.
Tan sólo el fósforo de los huesos
de los cadáveres, emiten la llama precisa
para provocar un espanto
que eriza los cabellos y detiene
el último hálito sobre el pecho sorprendido
ante un terror inesperado.
Cuando sobre una negra túnica,
resplandece la cal de las osamentas
desnudas de carne, los caballos famélicos
relinchan con voces, que emulan
un gélido viento que nos sobrecoge.
Hay más tensión en la calma,
que en el sobresalto, por el paréntesis
que antecede al estruendo de un quejido,
que rasga en jirones las vestiduras
del silencio.
Un pie desnudo queda mudo,
hasta que se posa sobre una hoja seca
y marchita.
En su crepitar se imaginan
rupturas de madera, piedra o huesos,
sin posibilidad de reconciliación
con el frescor o la tibieza que la vida ofrece,
antes de que el ocre invada su corazón tierno
y el granito oscurezca
en una sinrazón de años,
perdidos en los párpados cerrados
de las tumbas.
Escrito en Octubre 2019 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz ".
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