viernes, 19 de febrero de 2021

La maldad cabalga sobre un famélico corcel.

¿No lo ves? ¡ No lo ves!
Emerge de nuevo, después de los siglos,
con la perniciosa libertad de asesinar 
cada segundo en el que respires,
atenazando los instantes  con una obsesión 
psicótica, entrada en morbosos detalles,
sobre  cualquier carisma destacado,
haciendo sonar las trompetas, que antaño 
derribaron las murallas de Jericó.


Oculto entre las sombras de oscuras sotanas,
impías, sucias y necesariamente impregnadas
del pecado de incesto y rodeadas de cráneos,
víctimas de infanticidio.
La inocencia sojuzgada y penetrada
en la base de su candidez, por todos
los objetos fálicos, que abundan 
en todas las sinrazones del poder.


Descorre las cortinas, para contemplar 
una vez más, cómo se desliza 
la cuchilla de la guillotina, antes de cercenar 
un cuello, una vida o un paréntesis de calma,
en medio del tumulto de la gente,
que se agolpa, ante el morboso espectáculo.


Huele a sangre y venganza.
 Las aves dejan de volar, porque el cielo 
ha perdido la inocencia del azul celeste,
que soñamos durante las noches
de redención y tortura, a la espera 
de un milagro.


¿No lo ves? ¡No lo ves!...
Han dejado de sonar las trompetas,
pero los muros no han sido derribados 
y tras ellos, se escuchan los lamentos,
que escapan entre las rejas
de sus más oscuras prisiones.


Escrito en Febrero 2021 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.




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