o aguda voz que se pierde
como una garganta afónica,
que intenta a duras penas
la constancia imprecisa,
confunde su origen
entre cielo y tierra.
Absorbe, no obstante la atención
y en el embrujo de la calma,
somos uno, distendido,
sin vértice.
Moneda sin acuñar, el Sol,
es el reflejo dorado, que en escamas
prolonga una agonía de crepúsculo
y entre dos luces quedan también
nuestras memorias.
Detenidas como un reloj sin saetas
o ave, al fin rotunda, dormitando en su rama,
la calma anida en el espíritu
y una sensación de brisa o susurro,
hace acopio de su melancólica presencia.
Acaso esa serenidad que siente el alma,
se haya perdido y de nuevo
se recobra en la extasiada imagen,
o tal vez, alejados del estrepitoso ruido,
nuestros oídos y nuestros ojos
se funden en las aguas y en los cielos,
en esa divinidad perdida, que enterramos
en el asfalto de las ciudades.
Sólo el mar y el cielo, fundidos en un beso,
forman un horizonte, labios entregados
y enamorados cayendo en un regazo de luz,
cuando muere el día
y la noche es un llanto profundo de estrellas.
Escrito en Junio 2015 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz".
Publicado en el Libro de poemas " Glorias áureas" ISBN: 978-84-15176-55-8
Depósito Legal: BI-1461-2015
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