lunes, 19 de diciembre de 2022

Piel de árbol.

Un árbol si, un árbol de verdes ramas.
De plumaje de risas y cascabeles.
De profundas raíces, en la solidez de la tierra.
Madre eterna, que nos nace y nos retorna 
 a la nada o a nuestra procedencia.


A esa última morada, donde una interrogación 
se viste de misterio único, de vida, muerte
o resurrección.
Un árbol que se eleva arañando un cielo 
de imposibles, en busca de esa posibilidad 
de hallar ese instante de convergencia 
con la divinidad.


Árbol de blando cuerpo o aguerrida corteza,
en piel curtida por los años, en el esfuerzo 
de desarraigarse y franquear las nubes 
o las remotas cimas de los gigantes de piedra,
durante la estática mudez de los siglos.


Cautos árboles, silentes sabios, que  perduran,
nacidos de la diminuta simiente.
Paridos en la verde esperanza, a orillas
de un cristal de agua pura o la vencida 
capa de la tierra.
Abierto útero hacia toda la creación, 
vida toda, agreste y permanente 
en la memoria del mundo.

Escrito en Diciembre 2022 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.




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