de una flor desvalida. Libará su néctar,
pero no su vida.
Sabe que cada hoja queda suspendida
desde el peciolo, humanamente dependiente.
Pezón, donde se sustenta su efímera existencia, donde la belleza es capaz de atraer
al insecto, para su expansión de vida.
Pregúntate: ¿Quién eres? ¿Abeja, flor,
esbozo de humano? ¿Depredador o presa,
en este cruel ritmo, que nos agita entre la vida
y la muerte?.
Las vírgenes de hielo se deshacen
después de parir una emoción de agua
incontenible y jamás vuelven a sonreír,
bajo la carpa celeste, donde los payasos mueren por inanición o falta de oficio.
La tristeza ha perdido su envoltorio de fingida
melancolía y su acidez se transmite en el aire
que respiramos.
Siento la angustia de vivir,
como un terrible mal, que pocos conocen
y muchos ignoran.
Las cuentas de vidrio ruedan por un angosto
pasillo y las horas se duermen, perdiendo
cada segundo en el olvido, cuando ya
nada importa y lo que importa, hace tiempo
que salió fuera de escena, para buscar
un motivo más denso y palpable.
Nada puede impedir, que se resbale hacia
el abismo y las edades,
sólo son eventualidades,
que caen irremediablemente, como hojas
de un almanaque obsoleto.
La abeja sueña con la eternidad de la belleza
de una flor, pero el insecto y la flor
son víctimas de un tiempo inexorable.
Escrito en Abril 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario