sobre una escalera de caracol y al llegar arriba,
sólo queda ir descendiendo hasta encontrar
el origen de cada pregunta efectuada.
Entonces contemplamos las alpargatas viejas
y los lamentos de nuestra madre, cuando
un puñado de arroz o unas tristes patatas
eran nuestro único sustento.
El orgullo devora la prepotencia
y en un duro ejercicio de humildad,
se reconoce la infancia de cada niño o niña,
con los mocos colgando y las manos
temblorosas y vacías, sin una justa respuesta
ante la imperiosa necesidad de salir
de las sombras de la miseria, para hallar
la luz necesaria que ilumine nuevamente
nuestros rostros.
Escrito en Abril 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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