viernes, 31 de mayo de 2019

La noche guarda nuestros susurros amorosos.

La noche, callada y discreta, fué cómplice
de unos besos, que estallaron en el silencio.
Tan sólo los élitros de algunos insectos,
acompañaron con su sonido
nuestro encuentro.

Ante el resplandor de la hoguera,
sus ojos brillaban ( ascuas de puro carbón
encendido).
Su boca  fue un dulce manjar, mientras
mis manos rodeaban su cintura, sintiendo
la curva de sus caderas bajo la seda
de su falda.

La amé lentamente, queriendo perpetuar
el bramido del fuego y transmitir
su cálido abrazo hacia su ardiente corazón,
henchido de amor y de gozo.

Su jadeo fue in crescendo y continuado,
hasta que un torrente de femeninas aguas,
descendió desde su Monte de Venus,
hasta el valle de sus muslos, gráciles
y nerviosamente huidizos, en un telúrico
temblor o espasmo.

Me arrodillé, como se arrodilla uno,
ante el altar de una diosa.
Y en plena adoración, bebí del dulce néctar
de su sexo palpitando, en el instante en que
las estrellas celosas, titilaban
en un copioso compás.
Y bajo la cúpula celeste, su cuerpo fue
una elipse o parábola de placer,
orbitando en mi entorno... Amorosamente.

Escrito en Mayo 2019 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.




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