El ser humano está formado por ríos,
ríos que fluyen por su ser.
La sangre es un río que vaga por sus venas,
pulso y caudal de vida, que desemboca
en la océana muerte.
La sangre no nos vincula a nadie,
sino a nosotros mismos, hasta que cesa
su impulso y latido, entonces el tiempo
se extiende hacia una inmensidad
desconocida.
Es otro río el que nos conecta
a nuestros semejantes,
el río que agita con sus aguas
nuestras emociones y nos hace sentir
que nuestro fluido es idéntico a otros,
cuya desembocadura ha de ser idéntica.
El tiempo es el río que marca nuestras vidas
con sus huellas.
Incesante e invisible, sólo perceptible
en los estigmas que deja en los rostros
y en la piel que pierde su tersura.
Somos ríos caudalosos de aguas turbulentas,
que debemos pausar nuestro ímpetu,
para aprender a fluir, como agua mansa
que baña los valles más hermosos
que podemos contemplar.
Escrito en Abril 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario