miércoles, 8 de abril de 2020

Los blondos cabellos de la Aurora.

El día se descubre sin el adobo de un sol
de pimienta, rabiosamente roja.
Crece desde las últimas sombras de la noche,
tenue insinuación de luz,
en un ámbar mortecino. Se eleva y crece
un rubor que deja un dorado ribete
sobre las montañas.

Hay días que nacen con estola blanca
de bruma y nieve o llevan oro y grana
para vestir de gala las flores del estío.
Los murmullos del agua engarzan destellos
de rubíes, al sentir la caricia de la luz,
en su risueño y alborozado paso
por el cauce que traza en la tierra.

El día alcanza el cenit en la perpendicular
hacia la tierra y los cuerpos transpiran
la sal que tomaron de las aguas sabias.
Las hojas sueñan su verde beso y el rocío
se desliza sobre ellas, furtiva lágrima
de piedad sobre los campos yermos.

La tarde es un emblema de ocres, verdes
y un bermellón que estalla sobre las azuladas
cumbres, antes verde promesa de vida,
al rayar la aurora con sus cabellos dorados.

Escrito en Abril 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito,"zuhaitz".

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