Sus caras descarnadas, carecen de gestos
y liberadas de la prisión de la carne... sonríen.
Ya no hay apetitos que puedan condenar
su condición, ni siquiera por el pecado
de la concupiscencia.
Todo es alegría, no por el acopio
de vicios y necesidades, sino por la ausencia
de éstos.
Nada les sujeta a la vida terrenal, no hay
a enfermedades, penas, ni desdichas.
No hay nada de qué arrepentirse, ni el deseo
de justificar cada acción, ya que carecen
de toda acción.
No hay, sino un calma de paz duradera
por todos los siglos, hasta que su huesos,
blancos, puros e inmaculados, se mezclen
con el polvo del tiempo,
como hace la memoria, para proteger
a los ancianos, de a los malos recuerdos.
Por eso, las calaveras sonríen.
¿Son felices?. Me temo que no están
en disposición de responder y llevarán
a sus tumbas su más preciado secreto.
Escrito en Diciembre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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