y monótono, mientras las estrellas
iban cayendo una a una,
desde el cielo nocturno, hasta llegar
a hundirse en el lago, entre virutas
de luz multicolor.
Todo se detuvo en mi entorno...
todo menos la música, alzándose gloriosa,
in crescendo y marcando un ritmo
que comenzó a vibrar
en todos los corazones expectantes
de tal acontecimiento.
¿Temor? No, habíamos franqueado
esa barrera en la naturaleza humana
y entonces supimos de nuestra auténtica
identidad.
Supimos del fin de una era
y de nuestra especie, pero no
de nuestra esencia, como seres de luz.
Ante el estruendo de cuanto se desmoronaba,
la música crecía, elevada en raptos
de armonía.
Hubo un parpadeo y nos sumimos
en un profundo sueño.
Cuando despertamos, había desaparecido
todo el mal que originaba el dolor
en los llamados “ pecados capitales “
y un halo de luz, inundó la Tierra Nueva
y a los corazones tristes, les alcanzó
una gloria, que ninguna música postrera
podrá plasmar, cómo se escuchó
en aquél día de corazones rotos
y almas restauradas.
Escrito en Enero 2021 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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