en tu belleza, bebo tu mirada
de tus cálidos ojos y recorro fugazmente
tu figura, con mi vista.
Me sonrojo y me siento pecador,
como si robara un instante tu imagen pura,
para guardarla en mi mente y mi corazón.
Sueño con el dulce contacto de tu piel
y el roce de tus labios, con la cálida humedad
de tu sexo, besando mi impaciencia,
en un íntimo roce, tal vez de astros
o nubes de color, que flotan en mi pensamiento,
durante el éxtasis.
Esa inquietud de cielo soñado o el tacto
de infinitas yemas de dedos, en el tálamo,
donde se engendran los dioses
y todo ser humano sucumbe
a sus tentaciones.
El placer es privilegio de los dioses
y es por ello, que las religiones
lo etiquetaron de pecaminoso,
por igualarnos a ellos,
durante la expresión de amor, en un diálogo
donde las bocas se cierran en un beso
y los cuerpos hablan en un lenguaje de signos,
hechos de rubores y caricias,
entre el grito ahogado y el jadeo incontenido.
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