la armadura blanda del amor,
con la fortaleza de una púa acerada,
donde arañar las ausencias
hasta disolver el hielo de la soledad
y desalar la última lágrima derramada.
Buscando la felicidad en tu interior,
escavando en las cavernas deshabitadas
de tu corazón, hasta encontrar,
esa diminuta luz, de donde parte
toda la claridad que engendra la esperanza.
Ante el dolor inmisericorde, que niega nuestra realidad
y nuestro afán de sumergirnos en las aguas profundas
del gozo.
Navegando contracorriente, sobre un caudal
crecido de emociones desbordadas,
que amenazan nuestro naufragio.
Sobre las ascuas, aún encendidas del último recuerdo
de un amor fallido, que duele como una herida
cauterizada con fuego, que intentamos calmar
entre una nueva ilusión y una leve mirada
hacia atrás, con más lástima, que rencor
en nuestro herido corazón.
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