forjado con las chispas que originan
las tormentas.
En un cúmulo de oscuras brumas
y el frío afán por mancillar la roca
con el agua nacida del sudor de los dioses
se pronuncian las palabras,
que exorcizan la piedra, donde queda inscrito
nuestro destino.
Los cantos viejos, que los ancianos
murmuraban en las noches de invierno,
invocan un pasado de frías nieves,
donde el fuego del hogar, destellaba
en los ojos, ávidos de historias
y secretos guardados en arcas de hueso y piel.
La voz rota y seca por el tiempo,
se mezcla con los ecos y las pisadas,
marcadas en el polvoriento camino.
El buitre del remordimiento, picotea
las débiles conciencias, desgastadas
por las guerras y la posterior soledad,
con ojos de esférica hambruna
y preguntas vertidas en el vacío del tiempo.
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