lunes, 16 de mayo de 2016

Tenerife, amante del mar

Las palmeras se agitan,
como en un saludo o una despedida.
Un aislamiento insular,
separa los abrazos de tierra,
en una prolongación de manos tendidas,
sobre un celoso mar de zafiro,
con un rubí resplandeciente,
sobre sus aguas, al decaer del día.

La sal presente en los adentros
y aromas lejanos, que envuelven
las callejas empedradas.
Sonrisas amables de media luna
y un olor a pescado en las parrillas
de los frecuentados restaurantes.

El volcán, a lo lejos duerme
una siesta de siglos  y dos gigantes de piedra,
guardan la entrada en un afamado puerto.

Tenerife, amarillo y extendido,
dulce como el plátano que se cultiva
en sus escalonadas laderas.
África, enamorada y cercana, 
se siente sus suspiros y una leve máscara blanca
de calima sobre el mar.

Beso profundo de la tierra,
enamorada del mar,
hombres con almas, del tamaño de sus sueños
y una espuma que se deshace 
en las pedregosas playas,
para volar hacia el Teide y sentirlo
rugir, gigante y eterno.

Escrito en Mayo 2016 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz".


No hay comentarios:

Publicar un comentario