domingo, 3 de enero de 2016

Durante el duelo de una muerte cercana

Escucho el lamento del viento,
entre los árboles desnudos
y se queda un frío acerado en la entraña,
calando hasta los huesos.

La frialdad de una losa, pesada como un dolor
y una mineral tristeza de gris plomizo,
para un adiós sin deseo de despedida
y si, un suspiro que escapa del alma.

Has abrazado el féretro, queriendo guardar
la última imagen del ser amado,
mientras la muerte susurra a tu oído:
- Al menos te queda su recuerdo y su amor,
grabados en la lápida y en tu memoria.
Otros no tienen eso, sufren el desamor 
y sus almas son féretros vacíos ,
desde sus corazones rotos.

La muerte sabe de la piedad y a todos trata por igual,
con el mismo respeto.
Se alimenta por igual de la belleza, que del infortunio físico
y quedan igualadas las blancas osamentas,
lívidas como la presencia del nardo, esta vez sin marchitar.

Huesos, memoria de una carne, 
sujeta a los apetitos mundanos,
huesos en su más repleta desnudez,
obscénamente bellos, tal vez aún con una gota de sangre,
como un apóstrofe que clama una vida
que ya no está.

Presentida ahora desde el recuerdo,
la vida fluye por otros caudales,
pero los muertos no lloran, por la prudencia innata
de no causar más dolor en su obligada despedida.

Escrito en Enero 2016 por Eduardo Luis Díaz Expósito."Zuhaitz".




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