besan a la aurora, como si su labio
rojo y enamorado, quisiera perpetuar su beso
a lo largo del horizonte de su amplia sonrisa.
El sol asciende ( dorada moneda )
al azul del cielo, para dar valor a un día
que promete ser luminoso, como el corazón
que madura con sus buenas obras.
En la fatiga del día, desciende esa moneda
( antes oro reluciente y ahora, bruñido cobre
de atardecer en su melancólica siesta ).
Desciende sobre los senos azulados
de las montañas y va a morir al mar,
besando su superficie como despedida.
Acaso sea el mar, una lágrima viva e inmensa,
que el día derrama, ante la penumbra
de su pupila dilatada.
Se hace la noche y sus labios se van cerrando
entre su boca, para volver de nuevo
a regurgitar un nuevo amanecer...
cada mañana, durante su nacimiento.
Escrito en Septiembre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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