con los pies desnudos, langostas marinas,
entre los huecos vacíos de los agujeros
de luz mutante, producida por el reflejo
de una radiación hostil.
El cerebro reblandecido por las astas
de quien perdió la cordura, se desliza
desde la nariz hasta la garganta,
simulando un acopio incontrolado
de mucosidad.
Evidentemente, los ojos delatan
una permanente irritación,
en una tormenta cerebral, desatada
entre los lóbulos parietales.
Atenazo mis mandíbulas, sujetando
las palabras que débilmente
he podido pronunciar, ante el asombro
de ver unas vísceras colgadas
del tendedero de una histérica vecina.
Ni siquiera los gritos acallan
el terrible murmullo que habitaba
en el silencio de los pusilánimes
y hoy he cortado con una cuchilla de afeitar,
los segundos sobrantes de una tarta,
en la que fueron cayendo lentamente
las horas, para ser devoradas
por la ceguera de una razón embotellada
en un envase sin retorno.
Escrito en Septiembre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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