a pesar de temerme y tratar de ignorarme.
Observad el medioevo y ved los carros
de los labriegos, acarreando cadáveres,
para ser purificados entre las llamas
de un ardiente fuego infernal.
La Peste camina descalza, sin hacer
el más mínimo ruido, pero pronto
el silencio se desgarra en el aire,
con lamentos emitidos desde las doloridas
gargantas.
Ved como el día cae herido mortalmente
bajo el alfanje de una luna, cuyo filo plateado
se muestra, tras ocultarse entre tétricas nubes,
negras como las almas en pena, que yacen
en el fondo de un pútrido pantano.
Siempre estuve presente, desde vuestros
nacimientos...y mucho antes.
Me culpáis de vuestras imprudencias,
pues sabed que no hay mayor imprudencia,
que vivir en la ignorancia de una muerte cierta.
No os agitéis en una agónica pena
o en una tristeza que empañe
vuestras miradas.
Pasead sin embargo por los cementerios,
hallaréis una paz, que sobrecogerá
a la ruidosa sofisticación de una vida
desordenada.
Lejos del boato del lujo y la apariencia
mundana y sacrílega.
Os doy la paz eterna,
que sólo podéis conseguir con la violencia
de las guerras.
Os doy un beso frío, húmedo y profundo
y vuestros párpados se tornan sarcófagos
que se cierran a la luz.
Tan sólo una infinita calma de silencios,
prevalece durante los siglos,
sumergidos entre vuestros temores
y vuestros olvidos.
Escrito en Octubre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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