más oscuros y frondosos, con una música
de dulce abandono y voces limpias,
que atraviesan el aire,
con una saeta de agudos, que van disminuyendo hasta que se cierra la boca
al mismo tiempo que cerramos los párpados.
Un vórtice gira, como ira que se va aplacando
y deja un rastro de saliva sobre el surco
del camino onírico.
Caen las frutas grises sobre un ambarino lago,
donde las conciencias se refugian
de las pesadillas y otras tormentas
del sueño intranquilo.
El cuerpo distendido madura por un tibio calor,
que emerge desde el cuello hasta sonrojar
las mejillas.
Los ecos van modulando sus formas
hasta desaparecer, y es entonces
cuando nuestros ojos atrapan
el color de los sueños,
en un desgastado cliché de tono sepia,
hasta que un destello de luz de la aurora,
se posa sobre los párpados durmientes.
Escrito en Octubre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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